Las historias entre el sillar arequipeño

El sol resplandece en las calles desoladas del paradero N° 23 en Peruarbo. Es sábado nueve de la mañana, las familias fueron de compras al mercado zonal. Los perros ladran al escuchar los pasos de un visitante que está buscando las canteras de sillar.

“¡Último paradero!”, grita con voz ronca el chofer que durante una hora ha cruzado la urbanizada Ciudad Blanca. Soy el último pasajero del microbús azul. El polvo no cesa de ingresar por las ventanas mientras bajo.

Las casas en Cerro Colorado, distrito arequipeño donde se ubica Peruarbo, están construidas con ladrillos rojos, paradójicamente el subsuelo del asentamiento humano guarda el mineral no metálico más preciado de Arequipa, la roca volcánica con la que se ha construido lo mejor de la arquitectura colonial.
Vista del Chachani, desde Peruarbo
Diviso por el horizonte, hacia el norte, y resalta la cobertura blanca del Chachani, a su costado, el Misti vigila muy serio.

Mi propósito es conocer a labradores de sillar. Apenas camino cinco cuadras y logro encontrar la cantera más próxima, es como encontrar una gran avenida a desnivel o el cauce seco de un río profundo. Me dispongo a descender diez metros para estar en el lugar.
Marco (47), labrador de sillar.
Su nombre es Marco, tiene 47 años de edad, lleva poco tiempo trabajando aquí. Me cuenta que muy cerca está su pequeña casa donde la esposa cuida de sus dos hijos.

Él se dedica casi todo el día a este oficio, hasta que se oculte el sol. Su jornal suele bordear los treinta soles.

A pocos metros de Marco hay otros adultos con comba en mano, diversas medidas de barretas y una ensilladora -estructura  metálica con la que miden las longitudes de cada lado de los cubos de sillar-.

Uno de ellos tiene el índice derecho mutilado. Me cuenta que hace un par de años lo perdió trabajando. La tragedia ronda siempre por aquí, hace un mes se desbarrancó una roca inmensa y cayó sepultando a su labrador. No se pudo hacer nada.

En las canteras de la zona trabajan cincuenta hombres. Y en todo Cerro Colorado y sus linderos casi 700 personas se dedican a extraer este oro blanco.

Al vecino de Marco no le gusta que le tomen más fotos. Me pregunta si trabajo en algún medio de comunicación, le respondo que no. Él está cansado de preguntas y de que lo acusen por depredar el sillar; lleva casi tres décadas en esta actividad junto a familiares suyos.

El sillar de Peruarbo está en medio de un litigio, los posesionarios extraen el mineral del subsuelo y los propietario de los lotes, que poco a poco hoy se extiende en la zona urbana, buscan que se declare intangible para el saneamiento y construcción de un puente que cruce hacia la carretera a La Joya.
Decenas de trabajadores arriesgan su seguridad.
La tradición arequipeña resalta por el sillar, este mineral ha rebautizado la tierra de los “characatos” con el nombre de Ciudad Blanca, un recurso que se explota en medio de la informalidad.

El inacabable golpe de los cinceles crean una armonía por instantes, a veces el piso tiembla y el temor me inunda el cuerpo por la inseguridad en la zona. He pasado dos horas en el lugar, las zapatillas terminaron blancas y me toca regresar con el mismo bus azul que me trajo a estas cantera de Peruarbo.

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