El repetido molde de las teleseries peruanas
El siguiente texto es un ensayo sobre las historias de las series televisivas de Michelle Alexander y su empresa productora, según una propuesta epistemológica del francés Edgar Morín en su libro "El espíritu del tiempo".
¿Por
qué las series televisivas tienen tanto éxito en la televisión peruana, incluso
mucho más que las telenovelas? Esta pregunta trataré de explicar debido a que
en los últimos años la industria televisiva se ha visto invadida por una
innumerable cantidad de producciones cortas, las que han logrado aceptación
considerable por la audiencia, según los estudios de medición de audiencia a cargo de la empresa Ibope Time Perú.
Los
canales locales han invertido para reconstruir historias populares. Han
encargado a productoras y contratado a guionistas, tal es la experiencia de la productora Michelle Alexander y su empresa “Del barrio
producciones”; encargada de realizar más de quince productos audiovisuales populares.
La
más reciente de todas se titula Mi amor
el wuachimán, una historia popular donde evidencia el conflicto de clases
sociales, por su aceptación masiva inició hace algunas semanas la segunda
parte; historias similares llevan el título de Vacaciones en Grecia, Gamarra, Viento
y Arena, Camino a casa, Pide un milagro; o como Por la
Sarita, y, Yo no me llamo Natacha, cuyos protagonistas son de una clase socioeconómica baja. También, ha producido historias para reconstruir perfiles de artistas,
tales como las series Dina Paucar, Los del barrio, Chacalón, Las vírgenes de la cumbia, Néctar en
el cielo. Y de personajes que obtuvieron logros en disciplinas deportivas, como lo hizo con las series: Los jotitas, y Matadoras.
Por
la variedad de temas que aborda de carácter cotidiano, incorpora en cada
historia diversos elementos culturales, tales como la espiritualidad en Por la Sarita, donde trata la historia
de “Sarita Colonia”, una santa de los sectores marginales, cárceles y chóferes
de Lima en su mayoría; similar argumento aborda en Pide un milagro al tratar historias breves con un final
tranquilizador tras la presencia de un hecho sobrenatural. Como se observa,
la religión, erotismo, deporte, humor,
política, pasatiempos, cine, viajes, exploraciones, arte y vida privada de
vedettes y princesas[1] son considerados en la
construcción de sus historias:
La corriente media triunfa y nivela, revuelve y homogeniza, arrastrando tras de ella a Vang Gogh y Jean Nohaim. Favorece la estética media, la poesía media, el talento medio, la audacia media, la vulgaridad media, la inteligencia media, y la tontería media. Y es que la cultura de masas es media en su inspiración y su dirección, porque es la cultura del denominador común entre las edades los sexos, las clases y los pueblos; porque está ligada a su medio natural de formación donde se desarrolla una humanidad media con niveles y tipos de vida medios.[2]
Las
series de la producto de “Del barrio producciones” busca nivelar los estratos,
mediar entre las clases sociales al identificar personajes de los niveles
socioeconómicos A y B y enfrentarlos con los de las clases C y D durante el
desarrollo de las historias; así lo ha hecho en la más reciente producción
titulado Mi amor el Wuachimán, cuando
trata la historia de una jovencita de familia pudiente que recién termina
la adolescencia, ambientada en unos de los distritos limeños exclusivos. La protagonista es Catalina, una estudiante universitaria que
empieza a prepararse a escondidas en las artes, en contra de los intereses
familiares, gracias a la complicidad de Salvador, el vigilante privado,
migrante, que contrató la familia para su protección y que termina enamorándose de ella, se enfrenta a la familia. Lo que sirve esencialmente como
un ocio para la cultura de masas, que se interesa más por la felicidad del
hogar que por la cohesión familiar y se mantiene a prudente distancia de los problemas
políticos o religiosos[3].
Así
también trata en Las vírgenes de la
cumbia, y la saga, donde un grupo musical con ese nombre se enfrenta a otra
orquesta “Las diablitas del sabor”, muchas veces expone enfrentamientos fuera de la moral con el único fin de obtener éxito en la carrera
artística por la que compiten y lograr fama para introducirse en el mercado del espectáculo. El objetivo de la serie es entretener a la audiencia:
Existe el deseo de alcanzar el máximo público, el sistema privado gusta ante todo, “gustar” al consumidor; lo hará todo por divertir, hacer reír dentro de los límites de la censura[4].Lo esencial, también es saber en qué medida la cultura de masas procura al hombre diversiones, evasiones, compensaciones, expulsiones y purificaciones, en qué medida mantiene fantasmas obsesionales, en qué medida proporciona modelos de vida a realizarse[5].
Crea
modelos, estereotipos, y proyecta estilos de vida con los perfiles de los
personajes, el más reciente es "Salvador" de Mi
amor el wuachimán, o Yuru, la niña selvática en Yuru, la princesa amazónica, quien puede hablar con los animales y sus
aventuras con los feroces Tunche, Maki y Culebra, que son cazadores ambiciosos
de depredar las riquezas naturales de la Amazonía.
Y
es que los protagonistas del productor Michele Alenxander no son solo adultos,
sino infantes como Yuru, o el tierno Chacaloncito, en Chacalón, el ángel del pueblo,
una serie que recreó la historia de Lorenzo Palacios Quispe, autor del tema
musical “El provinciano”, tema que se hizo popular durante su paso en el Grupo Celeste
en la década del 70, oficio al que se dedicó con pasión tras salir de la
cárcel. La multitud de seguidores lo llevó a cantar en otros países. Recordando a
Chacoloncito, Edgar Morín nos permite reflexionar, ¿podremos decir que esta
cultura fabrica un niño con caracteres preadultos o un adulto infantilizado?[6].
Las historias buscan unir generaciones. Ejemplo, las series ligadas al ámbito deportivo: Los jotitas y Matadoras, la primera sobre la historia de Néstor, Huevito, Alonso,
Raymond y Eder, jugadores de fútbol que lograron clasificar a un mundial de
juveniles; y la segunda, las historias de Cecilia Tait, Gina Torrealva, Gaby
Pérez del Solar, Denisse Fajardo y Rosa García y el cómo lograron a obtener la
medalla de plata en las olimpiadas Seúl 88. En ambas introduce al televidente
en sus recuerdos recreando la infancia y la adolescencia, trasladándolo
imaginariamente y recordando sus aspiraciones juveniles[7].
Se
trata de rescatar la irrealización de las personas, los sueños frustrados de esa
audiencia que busca como una identificación ante una personaje ficticio[8], anhela el éxito logrado
por algunos deportistas; quiere la fama obtenida por los artistas como Chacalón,
Dina Paucar, Jhony Orozco en Néctar en el
cielo; sobre todo alcanzar el progreso económico como en series: Gamarra, Pide un Milagro, y Yo no me llamo Natacha. Con el deporte o
el éxito económico, se individualiza los casos, cada mente cautivada se
identifica con el personaje de la pantalla, es como verse en un espejo y vivir
una vida ajena:
Hay técnicas estándar de individualización, que consiste en variar el ensamblaje de los elementos primarios, de la misma manera que pueden construirse objetos muy diversos a partir de las piezas estándar[9].Cuanto más se desarrolló de la industria cultural más se necesita de la individualización, pero también tienda a estandarizar esa individualización[10]
La
inclusión de un personaje con aspiraciones grandes, se convierte para “Del
barrio producciones” y Michelle Alexander en una base para la construcción de
sus protagonistas. Aquella persona humilde con potencialidad y falta de
oportunidades es, según lo plantea Edgar Morín, el elemento imprescindible en el
funcionamiento mismo de dos uniones antitéticas: burocracia–invención,
estandarización-individualidad[11]. No se trata de algo
nuevo, sino la aplicación de un modelo de contracción de guiones bajo un marco,
una estructura, una matriz en la que se vea reflejado el futuro consumir de la
industria cultural.
Pero
¿la elaboración de estas historias lleva a la realización del talento artístico
en la creación de novelescas tramas que revelan las contradicciones del alma,
tal cual pretende un artista revelar? Pues parece que no:
Las nuevas artes de la industria cultural resucitan, en cierto sentido, el antiguo colectivismo del trabajo artístico, que aquel de las epopeyas anónimas[12]
Producir
la historia ha dejado de ser un esfuerzo para los artistas, ahora se convocan a
talentosos escritores o realizadores para incorporarlos en el aparato
productivo de la industria cultural televisiva:
El problema cultural del autor al que la industria cultura utiliza y engaña a la vez en su triple cualidad de artista, intelectual y creador. La industria cultural atrae a periodistas y escritores de talento y les ata las manos con salarios altísimos[13]Desaparece la más alta satisfacción del artista, que es la identificación con su obra, es decir, la de justificarse a través de ella, la de fundar en ella misma su propia trascendencia.[14]
Bajo
esta dinámica, desaparece el artista porque se ha convertido en parte del
proceso productivo, ya no se identifica con el argumento, la contradicción y el
efecto de la obra artística. Su trabajo, como lo plantea Morín, se ha tomado
como un trabajo muy rentado. Estos medios técnicos han entrado en el ámbito de
la cultura impulsados por la fuerte brisa del ánimo de lucro capitalista[15]. Así se consigue
prolongar las historias, el lanzamiento de la segunda temporada de Mi amor el wuachimán persigue ese ánimo
lucrativo exigido no solo por los medios de comunicación, sino por los mecenas,
aquellas empresas que buscan nichos de audiencias para venderles sus productos.
Santiago, el guardián protagonista de dicha historia, nuevamente se enfrenta a su
historia, pese a que en la primera temporada había conseguido casarse con
Carolina; un inesperado homicidio contra su recién cónyuge y la pérdida de la
memoria, crea motivos para no dejar el interés de los televidentes.
Con
Vírgenes de la cumbia, Dina Paucar, Yo no
me llamo Natacha y Puro corazón, ésta
última reconstruye la historia del Grupo 5, una orquesta de música tropical del
norte peruano; ocurre lo mismo, se extienden las historias por demanda de la
audiencias sin importar el sentido, sino el mercado. Proponer una segunda
temporada, continuar las historias con tramas extendidas:
Todo sistema industrial, aparte de la búsqueda del lucro, tiende al crecimiento, y toda producción masiva destinada a ser consumida tiene su propia lógica: la lógica del máximo consumo.[16]
Es
el mercado quien demanda las historias, paga por ellas para convertirlas en un
producto masivo para ser consumido por una multitud:
La nueva cultura está encuadrada en el complejo sociológico constituido por la economía capitalista, la democratización del consumo, la formación y desarrollo del nuevo campo salarial y la progresión de ciertos valores.[17]
Así
ocurre con Dina Paucar, el sueño
continúa. Una serie dedicada a la cantante folklórica proveniente de la provincia de Huánuco, en la sierra de Perú. La
realización de las grabaciones comenzó en una efervescencia musical de la
artista, requerida para cuanto espectáculo público era llamada en los barrios
marginales de la gran Lima y las fiestas típicas al interior del país. Su
aceptación músical fue motivo suficiente para despertar el interés de las
empresas y recordar su vida, con el máximo fin de trasmitir nuevos productos
para el público ansioso de consumir más que música, vivencias, y diversión folclórica.
El
contexto para Vírgenes de la cumbia y
Puro corazón se repiten por igual, la
teleserie ligada a la industria musical, base de un mercado popular para el
consumo de bebidas alcohólicas, de la misma forma que se hacía en la tradición y
las costumbres, convirtiéndolo en cultura de masas, es decir, producir según
normas masivas de fabricación industrial; extendidas por técnicas de difusión
masiva[18].
Por
eso se actualizó en Chacalón la convocatoria
popular evocando la frase del imaginario “cuando Chacalón canta, los cerros
bajan”; gracias a la televisión se amplió masivamente su historia que estaba
quedando en el archivo de diarios y revistas:
La cultura industrial naciente –prensa popular y cine mudo– no hace nada más que dar una forma concreta a la corriente de la imaginación popular. No hay pues ruptura. Los folletines de los films folletinescos se multiplican siempre sobre los mismos modelos.[19]
El
esquema de la historia lo repiten todos: por dos aspectos importantes, el final
esperado y el enfrentamiento entre el bien y el mal. El “happy end” es la
felicidad de los héroes simpáticos, adquirida de forma casi providencial
después de pruebas que, normalmente, deberían terminar en el fracaso, el final
trágico[20], señala Morín. En Pide un milagro cada historia diaria
tienen un final esperado con la intervención divina de un santo, como ocurre
con Por la Sarita, la bendición del
santo termina aplacando el sufrimiento del protagonista. Dicho efecto aporta la
felicidad del televidente, una tranquilidad para los problemas que éste pudiera
tener, asimila y espera un milagro como lo fantaseado en la pantalla por unos
minutos.
En
las series de cuatro o seis meses, en las que hay una trama más extensa, el
final feliz se extiende. Cada día se llena de misterio y desesperación para la
audiencia, acumula esperanza para atestiguar la victoria del débil en el final
feliz, así como ocurre con la boda de Santiago en Mi amor el wuachimán, la victoria deportiva de Los jotitas y Matadadoras.
En
historias como en Vacaciones en Grecia,
la familia de la mansión Berkinson solo conocía el éxito, el primer capítulo
comienza con la azarosa pérdida de su riqueza, son expulsados de sus bienes y
lujos hacia un barrio denominado Grecia, donde vivían sus fieles empleados, la
familia Huando, quienes los acogen en su reducido hogar. La vida en el pueblo
joven Barrio Nuevo, se convierte en las vacaciones inesperadas. Un final con el
reconocimiento de la paternidad negada, la suerte de la lotería, la compra de una
casa y encontrar el verdadero amor, son detalles en el que el televidente
encuentra su felicidad.
Así
como en todos está presente el final feliz, también existe ese maniqueísmo,
indicado por Morín. La familia con recursos suficientes frente a la miseria de
los invasores de terrenos es representada en Viento y Arena, que fue ambientada a inicio de los años 70 durante la
creación del Villa el Salvador, con la presencia inicial de la violencia
política de Sendero Luminoso.
Los
malos fácilmente se observa con la personalidad de Ricardo III, el mucamo en Yo no me llamó Natacha, uno de los
obstáculos de Natacha, quien llega a Lima para trabajar en una pensión para
señoritas y luego en una empresa de bufetes; contra ella también se enfrenta
Violeta, una ama de llaves, creyente y caritativa, con ambición de conseguirse
a alguien con dinero, enfrentándose en reiteradas oportunidades a Natacha
porque era un obstáculo para sus planes. Al final Violeta es encarcelada por
intentar un robo.
Así
como “Las diablas del sabor” hacen de antagonistas en Las vírgenes de la cumbia, poniendo obstáculos al cuarteto de las curvilíneas protagonistas de la serie, quienes al final logran imponerse a las "diablitas" pese a las trampas que éstas interponían en el camino para obtener fama. Las historias han permitido que las pugnas sean parte de la decoración para
imponer la cultura de masas, televidentes que se sientes identificado con los personajes:
Esta multiplicación de las mediaciones, de las comunicaciones y de los contactos, crea y cultiva un clima simpático entre la cultura y su público. La cultura de masas tiende idealmente a construir un gigantesco club de amigos, una gran familia jerarquizada.[21]
La
presencia de rasgos culturales de las costumbres andinas y mestizas, es
constante en las sucesivas producciones. La anomia imperante es justificada por
conductas que complementan aquellas necesidades reprimidas por la sociedad
industrial, incluyendo erotismo durante sus escenas, considerando los mitos
como lo hace en Yuru, la princesa de la
Amazonía o en Por la Sarita. Al
tratar elementos antropológicos y sociológicos de la peruanidad.
Las mercancías con un suplemento erótico están, al mismo tiempo, cargadas con un suplemento mítico: es un erotismo imaginario, es decir, dotado de imágenes y de imaginación, el que impregna y aureola estos productos industriales[22].La segunda industrialización, que es por otra parte la industrialización del espíritu, y la segunda colonialización, que concierne ahora al alma, progresan enormemente a lo largo del siglo XX[23].
Las
series televisivas son parte de esa industria cultural del presente siglo. Los
procesos culturales se han convertido como objeto de estudio, tal como lo
indica Morín, producción que se han desarrollado fuera del control y la
orientación reguladora del Estado (ya sea religiosa o pedagógica), es decir,
bajo el impulso totalizador del capitalismo[24].
La
definición de cultura en “El espíritu del tiempo”, es definida como un cuerpo complejo de
normas, símbolos, mitos e imágenes que penetran dentro de la intimidad del
individuo[25],
se halla con facilidad porque en sus diversas presentaciones, cada serie televisiva
recoge los símbolos representados a través de los personajes y sus acciones.
Tanto por los protagonistas de la música folclórica, así como de las historias
que enfrentan las clases sociales, o simplemente de las figuras deportivas,
quienes han sido parte del orgullo nacional. Todos integran la diversidad
cultural peruana transferida de modo estandarizado a través de la industria.
Esta
industria ultra ligera está organizada sobre los modelos de la industria más
concentrada; técnica y económicamente[26] pertenecen a las grandes
cadenas televisoras del país, son quienes convocan para la nuevas
producciones y justifiquen promocionar los tipos de productos culturales
dependiendo de cada épocas en la que dicha inversión tendrá mejores réditos.
Cincuenta
años después del planteamiento de las industrias culturales de Edgar Morín,
parece cumplirse la misma receta en la producción televisiva peruana. Una
relación inequívoca con intereses comerciales, historias sencillas, maniqueas,
estandarizadas e innovadoras. Con más de una docena de productos televisivos
Michelle Alexander y su productora siguen repitiendo la misma fórmula que
demanda la audiencia, naturalmente por la carencia de autorrealización
individual de los espectadores.
[1]
Edgar Morín, El Espíritu del tiempo
1962: p 45
[2]
Idem, p. 64
[3]
Idem, p. 85
[4]
Idem, p. 31
[5]
Idem, p. 105
[6]
Idem, p. 50
[7]
Idem, p 187
[8]
Idem, p. 207
[9]
Idem, p. 35
[10]
Idem, p. 41
[11]
Idem, p. 34
[12]
Idem, p. 38
[13]
Idem, p. 42
[14]
Idem, p. 43
[15]
Idem, p. 30
[16]
Idem, p. 45
[17]
Idem, p. 54
[18]
Idem, p. 20
[19]
Idem, p. 75
[20]
Idem, p. 113
[21]
Idem, p. 127
[22] Idem, p. 147
[23] Idem, p. 19
[24] Idem, p. 32
[25] Idem, p. 21
[26] Idem, p. 33
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